El mercado de los antidepresivos factura $76 millones al año. Lundbeck introdujo en nuestro país hace unas semanas, a un año de su lanzamiento en los Estados Unidos, el antidepresivo Lexapro en un acuerdo de copromoción con el laboratorio Abbott. El producto competirá con Prozac -de Eli Lilly-, Aropax -de GlaxoSmithKline– y Zoloft, de Pfizer. Al principio apuntará sus cañones a las farmacias para después presentarse en licitaciones de sanatorios y hospitales.

En primera instancia tendrá en la mira a los 3.500 psiquiatras y los 1.000 neurólogos que hay en la Argentina y, por intermedio de ellos, a los cerca de 3 millones de pacientes con depresión que se estima hay en el país. El laboratorio está entusiasmado con este nuevo producto que todavía no tiene copias en el mercado local, aunque se mantiene muy atento porque la actual legislación de patentes deja una ventana abierta para que sigan existiendo copias de ciertos tipos de drogas.

El laboratorio danés Lundbeck desembarcó en la Argentina en el 2000 y se dedica full time a las enfermedades del sistema nervioso central. Tienen productos para el mal de Alzheimer, el Parkinson y la esquizofrenia. Mientras que el resto de sus competidores están ampliamente diversificados. Es el caso de Pfizer, Eli Lilly, GSK y Wyeth.

Además del reciente lanzamiento también tiene al antipsicótico Clopixol y al antidepresivo Seropram, que hasta el año pasado estaba licenciado en manos de Ivax.

En esta etapa todos sus productos llegan importados desde su headquarter. Aunque
Marcelo Gómez Ferrevra, responsable del posicionamiento de Lundbeck en la Argentina y Latinoamérica Sur, no descarta producir en el país en el largo plazo. La compañía auspiciará el congreso de la Asociación Psiquiátrica Argentina que se celebrará en Mar del Plata en la primera quincena de abril y el Congreso de la Asociación Argentina de Psiquiatras, que sesionará en octubre de este año en Buenos Aires. Allí argumentarán que el Lexapro es un antidepresivo de última generación, muy potente y que tiene muy buena tolerabilidad.

Por Cristina Kroll

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